miércoles, 7 de diciembre de 2011

Hablando con Ramiro Sanchiz

Por Sergio Gaut velHartman

SGH.¿Cómo empezó tu relación con la escritura?
RS: Empecé a escribir de niño, según mi familia dibujando pequeñas historietas y cuentos que por suerte no han sobrevivido excepto por un título en la memoria de mi abuela, “Los dos soldados”, del que recuerdo apenas haber pasado una tarde dibujando su portada sobre hojas arrancadas de algún cuaderno. Descubrí la ciencia ficción como género literario gracias a una entrevista a Isaac Asimov que leí en la revista Muy interesante allá por 1991; la serie de Fundación, los cuentos de robots y las novelas Los propios dioses y El fin de la eternidad fueron mis primeras lecturas del género, seguidas por 2001, Cánticos de la lejana Tierra, las antologías de Los premios Hugo, Crónicas marcianas, Farenheit 451 y una lista creciente cuyos títulos son fáciles de imaginar. Más o menos dos años después ya había descubierto a dos de mis autores favoritos: Philip K. Dick y J.G.Ballard, y también Neuromante y Dune, lecturas que han sobrevivido a la década y media que ha pasado desde que di con aquellos libros.

SGH.Además de la ciencia ficción, ¿te interesaron otros géneros y formas literarias?
RS.Hacia 1996 descubrí la poesía de T.S.Eliot, la obra de Jorge Luis Borges y Julio Cortázar, tres acontecimientos que cambiaron mi escritura y también mi vida. Al año siguiente empecé a estudiar filosofía en la Facultad de Humanidades de la Universidad de la República, carrera que no he terminado (de hecho la abandoné a los dos años) pero que debo decir marcó mis lecturas y mi pensamiento, llevándome a conocer las ideas de Michel Foucault, Wittgenstein, Heidegger, Schopennhauer y el idealismo de Hume y Berkeley, a los que ya había accedido gracias a esa gran enciclopedia de miniaturas que es Borges. Tras esos dos años me anoté en la carrera de Letras, que cursé en su totalidad y terminó por llevarme a un desencanto casi diría visceral ante el mundillo académico. Pero, por suerte, también me sirvió para ampliar mis lecturas: Joyce, Proust, Pessoa, Pound, Onetti, Felisberto Hernandez, Barthes, Bloom, Bolaño, Auster, Pynchon, Faulkner, Mallarmé, Rimbaud, Lautreamont, Artaud, Breton, entre otros y no en este orden.

SGH.¿Puedes reconocer influencias precisas, a partir de tu formación, de tus estudios?
RS.Pasados los años creo que han permanecido esencialmente dos influencias, no en mi escritura, que es demasiado influenciable y que, además, quiero pensar como mutable y en perpetuo devenir (para bien o para mal) sino en mi ética ante la literatura, por decirlo de alguna manera. Me refiero a la entrega total al arte hecha carne en James Joyce y Mario Levrero y la literatura como indagación vital y apasionada en los aspectos recónditos de la psique y el pensamiento: William Burroughs, Philip K. Dick. Más la experiencia de vida hecha letras de los beatniks, que todavía se aparecen en mis sueños postergados de un largo viaje por las carreteras del mundo, que seguro más que viviendo terminaré escribiendo. Esos nombres permanecen: otros circulan, en el presente Rodrigo Fresán, Alan Pauls, Michael Chabon, David Foster Wallace, Susanna Clarke, César Aira, David Mitchell y Georges Perec.

SGH.Háblanos algo de tus primeros trabajos.
RS.Mi primer cuento de ciencia ficción (y mi primer cuento más o menos terminado, más bien menos que más) se tituló “Amanecer” y lo he perdido. También los que lo siguieron, hasta que me uní al entonces incipiente (ahora es aun menos que eso) Movimiento Uruguayo de Ciencia Ficción y Fantasía, que lideraba Roberto Bayeto y contaba con la participación de Pablo Dobrinin, entre otros escritores e ilustradores. Apareció así mi primer cuento publicado, “Hacia el norte”, en las páginas de Diaspar, la revista en la que pusimos bastante sudor, no menos dinero y muchas esperanzas. Éramos jóvenes e ingenuos. O al menos yo lo era. Pero más allá del naufragio de Diaspar y del Movimiento han sobrevivido amistades y algunas publicaciones, en Galileo, Axxón y Ad Astra. Después, pasando 1999, creo que abandoné la ciencia ficción y traté de acercarme a lo que de un modo bastante snob se suele llamar “literatura fantástica”; participé en concursos obteniendo doce o trece menciones anuales antes de lograr un primer premio en un momento en que obtenerlo me parecía lo peor que podía pasarme (todo llega cuando ya envejeció y murió nuestro deseo).

SGH.¿Sólo te interesó la literatura?
RS.No. Entre 2002 y 2006 integré varias bandas de rock alternativo y gótico, tocando en muchos escenarios under de Montevideo y también de Buenos Aires. De estas épocas –de las que querría decir, como Lou Reed, que no las recuerdo, pero dando a entender claramente que miento- sobrevivieron un puñado de anécdotas y dos o tres visiones que, infectado como estoy por el virus de la literatura, terminé llevando a las páginas de algún cuento o novela. O, mejor dicho, esos años me regalaron tres personajes que todavía habitan mis páginas y los pliegues de eso que de un modo un poco tonto seguimos llamando “yo”, como si fuera uno, como si fuera único. Y la música sigue siendo una gran influencia: David Bowie, los Beatles, Pearl Jam, Nirvana, los Smashing Pumpkins (el sueño de los 90, la nostalgia que acecha), Led Zeppelin, Bach, Debussy, Tool, Satie, A Perfect Circle, Vivaldi, Ravel, Metallica, U2, Stravinsky, Brian Eno, Philiip Glass, los Rolling Stones, Lorenna McKennit, Miles Davis, Keith Jarret, John Coltrane. Una influencia y una pasión subterránea. El recuerdo de una ucronía posible en la que seguí tocando y ahora no estoy respondiendo estas preguntas para Sergio Gaut VelHartman. En 2008, para llegar al presente, publiqué mi primera novela, 01.lineal, en la editorial Anidia de Salamanca, editores con los que he roto relaciones pero que, creo, siguen vendiendo mi libro. También ese año figuré en varias antologías de narradores uruguayos nuevos / jóvenes (aunque ya tengo 31 años) y empecé una carrera de periodista cultural que continúa estos días. A mediados de 2009 publiqué en Montevideo mi segundo libro, la novela Perséfone, que incluye un comic escrito por mí y dibujado por uno de los mejores dibujantes uruguayos: Matías Bergara. Quizá podría pensar que el 2009 marca de alguna manera mi regreso a la ciencia ficción, gracias a algunas publicaciones en Axxón, Intercom SF, Artifex, Letralia y Revista Narrativas.
En este momento estoy escribiendo una novela (en realidad una novela monstruosa que opté por descomponer en novelas más breves, nouvelles y cuentos) cuyos protagonistas son, entre otros, esos tres personajes que ya he mencionado como subproductos (aunque el  término es bastante feo) de mis años de guitarrista. Y también –en rigor el proyecto es el mismo- algunos cuentos que, articulándose, forman un abanico de ucronías hilvanadas por un personaje que se repite en todos esos mundos, siempre el mismo y siempre distinto, y que es el narrador de mis novelas publicadas y de muchos cuentos, entre ellos “Duendes”, publicado en Axxón a principios de 2009, y “Estrategias”, publicado en el número 13 de la revista online Letralia. Quisiera también poder escribir para esta entrevista una sentencia que comience por “creo” y no suena a una mala parodia del gran J.G.Ballard, y decir asi que creo en la literatura (y en especial la ciencia ficción) como un perpetuo indagar en los límites del lenguaje, del pensamiento, del alma (si es que existe, y podríamos decir también mente o psique o lo que quieran), de eso que llamamos “mundo” o “realidad” y que es el concepto que menos entendemos. Que creo que los misterios centrales son el yo y el tiempo, que acaso sean el mismo. Que creo en la mirada triste de algunas mujeres en el recuerdo y el presente, que, como Jim Morrison y William Blake, creo en el exceso. Que creo que la maravilla, el misterio y la belleza son tres nombres para lo mismo, algo que existe en el segundo movimiento del Cuarteto en Fa mayor de Ravel, en la voz de David Bowie, en cada página y cada línea de VALIS, de Philip Dick, en el destino de Mallarmé y su poesía espléndida, en el destino de Arturo Belano y Ulises Lima, en el destino de Artaud, Nerval y Hölderlin. Y también creo que conocer es imposible, que todo es ficción, que nada es real sino hasta que está escrito y una vez escrito es mentira, es ficción. Y también creo en la amistad, en las noches compartidas con amigos por los pasillos de la ciudad, borrachos hasta las orejas buscando esa alma secreta y siempre elusiva de la experiencia sea a través del amor, del sexo, de las drogas o de la música. Y me gusta pensar que no he buscado sólo, que he encontrado amigos y amores (mi esposa Fiorella, antes que nadie), algunos de ellos de “carne y hueso” y otros entre las páginas de los libros (porque creo con todo mi corazón que esa distinción es en rigor inútil): Phil, Marcel, Hank, Mario, Arturo, Ulises, Axel y su tío, Stephen, Emma, Justine, Leopold, Ahab, Sal, Horatio.

Pasé muchos años de mi vida pensando en el futuro, para encontrar que ese futuro o bien llegó y no fue bien distribuido o bien llegó a mi país pero no ha pasado la aduana. O bien nunca existió y sólo nos queda esperar como las cosas no cambian. Quizá en algún momento muchos de nosotros dejamos de creer en el futuro, y ante semejante despecho el futuro nos abandonó. No me interesa reaccionar contra la tecnología pero tengo claro que no somos ni mejores ni más felices por las posibilidades que nos dan la última tarjeta de video o el último modelo de móvil. No me gusta escribir a mano, pero si tuviera que acostumbrarme lo haría. Me gusta poder escuchar a Bowie cuando quiero, pero también añoro una época en la que ver a Bach ante su clavicémbalo podía ser un acontecimiento único en la vida, y por eso quizá podría hacer decir a algún personaje que las cosas tienen que costarnos para que dejen su huella en nosotros, que, como dijo Lezama Lima, sólo lo difícil es estimulante.

No tengo más planes  que seguir escribiendo y seguir leyendo. Soy muy feliz haciéndolo, quizá más feliz leyendo que escribiendo, pero no podría no escribir. También soy feliz escuchando música y viendo cine, y despertando todas las mañanas (o mejor mediodías) con mi esposa a mi lado. Por lo que planeo insistir en todo ello. Quizá ahora puedo pensar que más personas leen lo que escribo que hace cinco o diez años, y aun no descifró la sensación que eso despierta en mí. No es felicidad, porque en rigor a todos nos basta o debería bastarnos con escribir, ni es sólo curiosidad, aunque hay una gran inquietud ante el destino de mis textos, ante la mínima vida que se les permite o permitirá tener. Mario Levrero, uno de los escritores que más admiro, dijo “uno publica un libro, y luego no pasa nada. Pero con el tiempo te das cuenta de que publicar, por lo menos, trae más amigos a tu vida”.

Publicada en BEM Online, 2010

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