¿Cómo hiciste para escribir ocho libros a los 33 años?
Según
Juan Manuel Candal voy a morir a los 45 años, pero yo no me fiaría
mucho de ese pronóstico. Me resulta curioso pensar ahora, en
retrospectiva, que todos son del 2008 para acá. Cuando empecé con Stahl,
personaje de varios libros míos, me tomó dos años acumular cientos de
páginas de nada. Las tiré y empecé de nuevo. Escribí 01.lineal, después
Perséfone y algunos cuentos. Ahí fue cuando agarré envión. El otro día
comentaba con mi amigo Rodolfo Santullo, que ahora publica un libro de
cuentos con Llantodemudo Ediciones, de Córdoba, que cuando termino de
escribir algo como mucho me paso un día sin escribir.
¿Leer es una actividad paralela a escribir?
Cuando
estoy escribiendo leo poco y rápido: unas horas nomás, de noche o
después de almorzar. Ponerme más serio con la lectura me implica
invariablemente escribir menos. En verano me iba a Piriápolis, por
ejemplo, y me pasaba leyendo del viernes al domingo.
¿Usás alguna droga para escribir?
No.
¡Ni café tomo! Estoy tratando de bajar un poco la ansiedad. La
marihuana me pone muy ansioso también, por eso dejé de fumar hace ya
unos años. Tomo té de tilo, ese tipo de cosas de vieja que, por ahora,
un poco me resultan.
¿Escribís conectado?
Sí.
Cancelo los procesos paralelos cuando veo que hay algo especial en lo
que estoy escribiendo. Corto FB, MSN o lo que sea. De todas maneras la
distracción es fundamental. Yo vivo en un perpetuo estado de semi
distracción que me permite escribir y ver lo que escribo al mismo
tiempo. Como en dos líneas paralelas, casi diferidas, una especie de
canon.
¿Cuándo se es escritor?
Me parece
que los escritores que “dan cuenta” de las cosas son los que se portan
bien. No me interesa ser ese tipo de escritor. Cuando se vio algo y se
sabe que hay que escribirlo; cuando no se puede vivir salvo en la
escritura; cuando abrís un largo juicio a las palabras, cuando sentís
que lo que estás diciendo está entre comillas, o peor, cuando sentís que
estás pensando entre comillas. Lo de los premios es lo menos relevante
en lo que pueda pensar. Antes escribía para ganar minitas, pero luego me
di cuenta de que con la
música era más fácil.
¿Qué efecto querías lograr cuando elegiste narrar los flashbacks en Trashpunk?
Me
pareció que era una manera de interrumpir un poco el relato lineal. La
primera versión del texto la escribí en una sentada en dos días, pero
era mucho más corta y en plan Stahl rememorando, como otro fascículo más
de su autobiografía. No me convenció, así que empecé a tocar cosas y a
introducir la otra trama, la de las vecinas. En algún momento me gustó
eso de poner “Flashback 1”, sin transiciones ni continuidad. Aparte me
gusta la palabra “flashback”. Era un gran videojuego que tuve en la
primera PC que me compré, hace ya tiempo.
¿Qué es el Salvo y qué querés representar ahí?
El
Salvo es un edificio muy icónico de “Tontovideo”; acá lo odiás o entrás
en toda la mística boluda del Montevideo sesentero rescatado por los
tipos que tocaban Canto Popular en los ‘80. Curiosamente en Buenos Aires
hay un edificio del mismo arquitecto, Mario Palanti, que está en
Avenida de Mayo: el
Palacio Barolo. Me gustaba esa cosa medio de
nave espacial rococó. Rock-cockcó. El Salvo es un lugar feo, yo medio
que detesto esa parte de Montevideo, la Ciudad Vieja, es como un cliché
pegado a la calle y en estado avanzado de descomposición después de
tantos años.
¿Cómo se gana la vida un escritor bastante publicado del otro lado del Río de la Plata?
Laburé
hasta hace poco haciendo tareas de edición en una ONG, pero es algo
bastante zafral, que tengo año tras año entre marzo y septiembre u
octubre. El año pasado por alguna razón las cosas se extendieron y
estuve hasta hace poco ahí; ahora retomaré más cerca de fin de año.
Mientras vivo de ahorros y
curritos varios, como escribir reseñas.
¿Por qué decidiste publicar en la editorial del CEC en formato digital?
Me
convenció Juan Terranova; yo antes quería una edición de lujo, tapa
dura, papel de alto gramaje, ilustraciones y todo eso. Pero de un día
para el otro me compré un Kindle y publiqué Trashpunk. En realidad me da
lo mismo papel o digital; creo que lo que importa es la vida de los
textos. Aunque me encantan los libros de papel y cartón, y pienso seguir
acumulándolos toda la vida, pienso que un texto que podés descargar
gratis tiene otro tipo de existencia: te pueden leer quién sabe dónde,
gente a la que no llegarías con el sistema más simple de edición. Por
ejemplo, uno de mis editores en Montevideo no puede hacer entrar sus
libros a Buenos Aires, por lo que mi última novela se quedó acá, pese a
queunos cuantos lectores argentinos la estimaron, quizá más que muchos
uruguayos. Esa es la vida de esa novela hasta ahora. Con Trashpunk pasa
otra cosa. Los textos deben circular.
¿Cuánto hay que corregir un texto antes de publicarlo?
Tenés
que corregir, pero tampoco me sirve lo que hizo Fernanda Trías: se pasó
10 años para volver a publicar la misma novela, que me encanta, pero
retrabajada y nunca sabré si mejorada o empeorada. Una vez que publiqué
igual puedo seguir corrigiendo ese texto. Me gusta que convivan
versiones levemente diferentes de todos mis textos. Trashpunk, por
ejemplo: hay una versión en la Revista Axxón que fue considerablemente
cambiada en la edición del CEC. La publicación no hace sino fijar un
momento en la vida del texto, que podrá evolucionar para otros lados
desde mis manos y desde las lecturas de la gente a la que le llegue.
Dejo de lado el sentido más simple de que cada lector sigue trabajando
en el texto: me refiero al trabajo sobre mundos ficcionales. No te puedo
decir que “aspiro” a eso, porque no está en manos de nadie, pero
envidio mucho a Lovecraft en ese sentido. Hay escritores que quieren
volver a lo que hizo otro antes y continuarlo. Bach se pasaba estudiando
la obra de los compositores anteriores y con eso sacaba material para
sus obras más ambiciosas, de las cuales también sacaba melodías que
usaba a su vez en otras obras; luego de muerto Bach otros compositores
tomaron esas líneas y siguieron adelante el proceso. En última instancia
no importa Bach, ni importan esas líneas: importa la trama, el
relacionamiento. En el último libro
de Juan Manuel Candal hay un
cuento que escribimos a cuatro manos; la idea básica era suya, pero me
las arreglé para meter a Stahl. Me encantaría que mi literatura fuera un
virus que entre en otros libros y los infecte para producir más copias
de sí mismo, copias que pueden mutar y evolucionar. Eso es lo que
pretendo breve y resumidamente. Ese es “mi programa”.
Me estás hablando de un virus que infecte la literatura universal. A nivel virtual, un virus te destruye la máquina.
Justamente
se habló tantas veces de “romper” la literatura… ¿Qué más nos queda?
¿Qué otra literatura vale la pena infectar? Si encima están todas
conectadas. La literatura uruguaya, para empezar, no existe: son un
montón de señores y señoras que escriben; la argentina es la que está
más cerca.
Publicada originalmente en junio de 2012 en Revista Tónica #2.
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