miércoles, 7 de diciembre de 2011

Otra visión de la historia desde la novela

Por Matías Castro 




MC.En estos años has logrado un despegue en cuanto a publicaciones fuera del país, y has publicado más fuera que dentro. Como te definís o ubicás en el panorama local?
RS.Bueno, vos sabés que yo he pensado bastante en el mapa de la literatura uruguaya reciente; incluso publiqué por ahí cosas al respecto. En cuanto a mi “lugar” en ese territorio, lo que se me ocurre contestarte es que me siento más cerca de un Agustín Acevedo Kánopa que de un Valentín Trujillo, por ejemplo. Con Pedro Peña comparto el gusto por lo fantástico y la ciencia ficción, pero su proyecto como escritor incluye una búsqueda de versatilidad (de ahí que Pedro últimamente haya publicado novelas policiales, por ejemplo) que yo no siento como parte de mi perfil. Lo fantástico también me acerca a Pablo Dobrinin, y quizá a Gabriel Schultz; por otro lado, lo que podría llamar mi “proyecto demente a gran escala” –es decir el hecho de que todas mis ficciones tienen como protagonista, y a veces narrador, al mismo personaje y van armando una suerte de mosaico de historias alternativas-, creo que me coloca en un lugar bastante diferenciado o diferenciable. Hace poco estuve en Madrid, en un encuentro de escritores, y Rodrigo Fresán, que moderaba la mesa en la que me tocó participar, preguntó, un poco para provocar supongo, si los escritores que estábamos allí reunidos (todos menores de 36 años, entre ellos Patricio Pron, Carlos Llabé, Tryno Maldonado, Samanta Schweblin) búscabamos escribir la “gran novela” o la “novela total”, en el sentido que se le da a este término en relación a ficciones de gran escala, como 2666 de Bolaño. Todos respondieron que no, casi como si se tratara de disciplina partidaria, todos dijeron que no les interesaba, y yo me sentí un bicho raro, porque en cierto modo no busco otra cosa. 

MC.Cómo surgió La vista desde el puente, ya que fue escrita en un plazo relativamente breve? De dónde surgió la idea?
RS.Siempre me interesaron las ucronías, o novelas de historia alternativa, y hace un año y medio o dos años, un domingo, conversando con mi padre se me ocurrieron tres escenarios posibles: José Batlle y Ordoñez moría en 1904; la última dictadura comenzaba con una guerra civil; y Artigas, tras una serie de victorias militares, gobernaba tiránicamente a un país integrado por los actuales territorios de Uruguay, Río Grande del Sur, Corrientes y Entre Ríos. La primera opción todavía me rehúye; sobre la segunda escribí una novela, La historia de la ciencia ficción uruguaya, que espero se publique en 2012, y una nouvelle, Nadie recuerda a Mlejnas, que se publicó en La Plata a principios de este año. Pero la historia concreta de La vista desde el puente comenzó una tarde de febrero en que fui a visitar a mi editor y amigo Martín Fernández, de Estuario y HUM; yo tenía ganas de publicar algo con él este año, y como a veces sus planes se dilatan un poco en el tiempo, se me ocurrió una estratagema para apurarlo un poco: escribir una novela policial para su colección Cosecha roja, donde ya habían publicado Rodolfo Santullo y Pedro Peña. En sus oficinas improvisé un argumento ambientado en la historia alternativa de Artigas tirano, y logré interesarlo. Volví a casa y empecé a escribir. Ese mes, más o menos, terminé una primera versión, que aceptó poco después con ciertas reservas, en su mayoría sugerencias de Marcela Saborido, que dirige la colección. Junto a (y muchas veces deliberadamente ignorando) otras observaciones de Juan Manuel Candal, mi editor en La Plata, a quien le pasaba diariamente las páginas que escribía, y de Amir Hamed, armé una segunda versión en julio, y todavía después una tercera en octubre, que fue, para bien o para mal, la que entró a la imprenta.
     
    MC.Hubo algo de la realidad actual que te haya movido o que hayas querido reflejar?
RS.No sé si de la realidad “actual”. Me interesa la construcción de la noción de un pueblo, por ejemplo, cosa que veo especialmente en los uruguayos que se consideran descendientes de charrúas y extraen conclusiones al respecto, en su mayoría vinculándolas a una presunta idiosincrasia uruguaya, en un tipo de razonamiento que no comparto. No porque esa gente (en la que podría incluirme si rastreo con cuidado mi árbol genealógico) no posea determinados genes rastreables científicamente sino porque ante todo eligen creer en una ficción, como tantos otros “pueblos”, que me parece una suerte de cárcel. En mi novela hay algo de eso, porque en esta historia los charrúas –en realidad un conglomerado creado artificialmente a partir de muchos grupos, cosa que queda clara en mi novela- no fueron exterminados y debieron construir su identidad de una manera muy diferente a lo que vemos hoy en nuestro país. También me interesa, y es un tema relacionado, la manera en que son presentados ciertos mitos… Artigas, el Bicentenario, a los que siempre me consideré profundamente escéptico, por decirlo de un modo solemne.

MC. Al final del libro hay una suerte de árbol con tu bibliografía, explicame un poco eso y la conexión de esta novela con los demás.
RS.Como te dije recién, todas mis novelas están vinculadas por una serie de personajes y situaciones, pero en lugar de presentar una historia única, construyo una red de variantes. Por ejemplo, en Perséfone Federico conoce a dos chicos que tocan en una banda de rock glam-alternativo y se une a ellos como guitarrista; en Nadie recuerda a Mlejnas, los descubre debido a un texto periodístico que está escribiendo, y si bien comienza a frecuentarlos, jamás hace música con ellos. En cierto sentido Perséfone transcurre en “nuestra” realidad, en “nuestra” historia; no así Nadie recuerda a Mlejnas, que transcurre en un mundo en el que la dictadura se prolongó hasta 1989, hubo una guerra civil entre 1973 y 1979 y por poco tiempo existió la separatista República de Tacuarembó. El esquema que incorporé a La vista desde el puente a modo de apéndice o nota bibliográfica ordena un poco los libros y las historias, y dice más o menos cuales transcurren en la misma línea. La idea no fue mía, sino que me fue sugerida por Juan Manuel Candal, como diciéndome que si lo hacía podía poner las cosas un poco más fáciles para los lectores. Me pareció divertido y le hice caso.

MC.Sentís que hay algún punto o tema común en lo que has hecho? Aunque no sea explícito para el lector, tal vez haya algo que a vos te mueve mientras escribís que está presente en todo.
RS.¿En todas mis ficciones, decís? Supongo que los puntos en común no son pocos: el amor por la música, la idea de que la realidad es mucho más compleja de lo que imaginamos… no sé. ¿Y qué me mueve a escribir? Siento que estoy armando una suerte de enorme diorama o mural, y que además de divertirme estoy usando estos relatos para pensar, para aclarar mis ideas o incluso para mutarlas.


MC.Si bien no es El sueño de Hierro en cuanto a delirio, es también una distopía y califica como ciencia ficción. Considerás que la popularidad de la ciencia ficción en literatura es baja en Uruguay o también en el mundo? Pienso en cuestiones de escala, aunque la cf en eeuu sea popular, supongo que sus ventas son ínfimas frente a lo que puede vender la non fiction (el libro de bush, por ejemplo).
RS.Si te gustó El sueño de hierro entonces te va a gustar La historia de la ciencia ficción uruguaya, que espero se publique el año que viene. En cuanto a la ciencia ficción como literatura en alta o en baja, te cuento que no me interesa en lo más mínimo. Detesto, además, el tipo de razonamiento que dice “la CF es un género agotado porque tal y cual cosa”. Primero, no la percibo como un género sino como literatura general (en base a que carece de un set de temas específicos y de un lenguaje particular); segundo, siempre que alguien decretó como agotado algo se equivocó. A principios de siglo XX daban por agotada la física; luego vinieron Einstein y Planck y cambiaron todo. Ahora, si me preguntás por la situación en Uruguay, lo cierto es que los editores locales le tienen miedo a la CF, o a lo que creen que es la CF; Raviolo, por ejemplo, un tipo sumamente respetable, cometió errores garrafales en el prólogo a Eldor, de Pedro Peña, un compilado de cuentos que tiene mucho de ciencia ficción. Le tienen miedo y la ignoran, en gran medida. De hecho sólo conozco una excepción.

 (Versión completa de la entrevista publicada el sábado 3 de diciembre de 2011 en El País, Montevideo)

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